TRES VUELTAS AL PLANEAMIENTO UNIVERSITARIO DE CARA A LA ERA EXPONENCIAL
10 mar 2023
PROPÓSITO
La idea que inspira estas notas es abordar las dimensiones conceptual y
operativa de la planificación o el planeamiento en el gobierno y la gestión de las
universidades en el marco de los sistemas de educación superior en América Latina, así
como las cambiantes demandas que, en estos tiempos de tantos riesgos y disrupciones,
éstos reciben desde la sociedad, la economía y el Estado.
Para eso invito a dar tres vueltas desde perspectivas variadas en torno al tema:
una de carácter teórica, orientada a mostrar los fundamentos con los cuales se llevan
adelante planes de gobierno a escala estatal o académica; otra que muestra un
relevamiento de las prácticas efectivas de esas técnicas y procedimientos en la vida real
de un conjunto de universidades públicas de varios países latinoamericanos; y, una
última en la que los dilemas contemporáneos de la educación superior se ponen sobre el
tapete para mostrar que una agenda actualizada de desafíos está caracterizada por la
complejidad misma de su formulación y por la consiguiente dificultad para implementar
las políticas.
Si los gobiernos de los sistemas nacionales y de las universidades desean
abordar con valentía y sin especulaciones menores esos escenarios llenos de problemas
e incertidumbres pero también de oportunidades e innovaciones, debieran superar sus
inercias y estilos tradicionales de autoridad y potenciarse con el empleo de la
planificación racional (no solo instrumental sino también sustantiva, atenta a fines y
valores) como caja de herramientas aptas para la transformación.
-I-
PRIMERA VUELTA
La motivación que me guía a lo largo de esta primera parte es presentar buenos
argumentos históricos y conceptuales, recurriendo a voces autorizadas, para subrayar
una recomendación dirigida a las autoridades de todas las universidades y otras
instituciones de educación superior para que, en correlación proactiva con las política
públicas para el sector que su país establezca, las dirijan y orienten su crecimiento
utilizando todos los dispositivos de saber y racionalidad disponibles.
El ideal que me inspira es que las acciones del gobierno universitario sean fundadas
en razones y que éstas atiendan a los antecedentes y trayectorias, a la comparación
cooperativa con sus pares de su país o del exterior y al estudio con datos sobre su
configuración y su contexto, sus problemas y aspiraciones, así como de la prospectiva
que puede trazarse sobre el avance del conocimiento y de las necesidades sociales en el
futuro.
Planeamiento, planificación o planeación son tres designaciones que connotan
sutiles diferencias pero que apuntan a un instrumento clave: el plan. En las grandes
organizaciones privadas o públicas, y las universidades lo son, un plan es una
declaración que compromete una acción racional orientada a obtener fines
determinados. En estas páginas usaremos indistintamente esas designaciones.
1- Importancia de buenos sistemas de planificación, información y evaluación
en las universidades
De manera esquemática comienzo mencionando algunos antecedentes intelectuales
en los que puede asentarse una doctrina del planeamiento democrático, una vez
desplomada la planificación determinística asociada a los regímenes del socialismo real
en la última década del siglo pasado.
Cito a Karl Mannheim (1893-1947), un sociólogo húngaro radicado en Alemania y
expulsado por Hitler hacia Inglaterra, quien en línea con Raymond Aron, entre otros
grandes intelectuales de mediados del siglo XX, pensó los problemas de la inmediata
posguerra y las dificultades de construir Estados y sociedades democráticas con raíces
en la libertad y la moralidad. En su libro “Diagnóstico de nuestro tiempo” (1947)
escribió: “Creo que hay al menos una probabilidad razonable de que después de los
horrores de esta guerra sean tan urgentes las tareas de la reconstrucción, que muchos
las sientan como una situación tan fuertemente unificadora como la de la guerra
misma. Los peligros implicados en un fracaso de la reorganización democrática del
mundo pueden actuar como una presión similar como la del miedo al enemigo. Si a ese
miedo se une la inteligencia y lo canaliza, podrá resolverse el problema de la
planificación democrática.” (Mannheim, K., 1947).
Una segunda referencia intelectual atañe directamente a las universidades como
sedes institucionales de manejo del conocimiento científico y humanístico. Se trata de
Peter Drucker, el que fue el mayor filósofo de la administración del siglo XX, discípulo
de J. M. Keynes y de J. Schumpeter, y creador en 1969 de la noción de Sociedad del
Conocimiento. Se basó para ello en que no solo el trabajo, el capital o los recursos
naturales eran fuentes de valor económico sino que la innovación y el conocimiento
científico los serían cada vez más (Drucker, P., 1969).
Un tercer patrocinio intelectual lo encuentro en Burton R. Clark, creador de la
sociología de la educación superior y excelente comparatista, según quién la misión de
la universidad es manipular el conocimiento avanzado bajo las dos formas clásicas: la
investigación y la enseñanza. En aquel primer gran aporte de principios de los años
ochenta Clark adhiere a la figura de “anarquía organizada” para referirse al régimen
político de estas organizaciones tan peculiares. Su prédica se orientó a advertir que toda
aplicación lineal a las universidades de los saberes sobre empresas u oficinas públicas
sería en vano, porque su propia composición las sitúa al borde de la ingobernabilidad y
las decisiones de las autoridades académicas son casi azarosas (Clark, B., 1984).
Para encarar, ahora, el enlace entre la planificación y el adjetivo estratégico recurro
a Luis F. Aguilar Villanueva quien en su libro de 2006 “La nueva gerencia pública”
advierte que aún con sus afinidades mutuas la planeación y la estrategia difieren.
Resulta indispensable dejar constancia de la delicada y tensa relación encerrada en el
concepto de Planeamiento estratégico. Bajo el subtítulo “La planeación estratégica y sus
dificultades”, dice, entre otras cosas: “No obstante el interés de articularlas y el hecho
de que ambas tienen afinidades,…, la planeación es distinta de la estrategia en un
punto principal. Mientras la planeación consiste en definir y realizar objetivos/futuros
deseados en condiciones adicionales de adversidad, rivalidad o competencia y que son
deseados precisamente porque el hecho de que esos futuros representan superioridad y
ventaja sobre competidores o rivales”. Nos advierte Aguilar que “…la combinación
entre planeación y estrategia fue considerada la fórmula del éxito. Sin embargo, como
suele ocurrir con las modas intelectuales y administrativas, no se revisaron los
resultados del ensamblaje”. Opino, más allá del esclarecedor estudio de Aguilar, que
ese análisis no se ha concluido aún (Aguilar Villanueva, L. F., 2006, 247).
Para continuar con este tópico vuelvo a Peter Drucker, quien en su libro “Dirección
por objetivos” de 1964 trataba lo que hoy en día se llama “estrategia de negocios”. Su
testimonio brindado más adelante nos dice: “el primer título del libro no fue
“Estrategia de negocios” porque en aquellos días no era un término de uso común. De
veras, cuando mi editor y yo decidimos probar el título con conocidos ejecutivos,
profesores de administración y libreros fuimos recomendados duramente de abandonar
ese término. “Estrategia” pertenece a los militares o, tal vez, a campañas políticas
pero no a negocios.” (Drucker, P., 1964)
En el propio terreno de la economía me interesa traer a colación el concepto de
innovación tecnológica dada su función central como ventaja comparativa para el
desarrollo de las naciones. Recurro para eso a Carlota Pérez, economista heterodoxa,
quien subraya la gran oportunidad que las innovaciones productivas globales otorgan al
desarrollo económico de los países gracias al carácter sucesivo y cíclico de las
revoluciones tecnológicas. Pérez, en su discusión con sus colegas neoliberales, predica
sobre 2010 una estrategia latinoamericana para afrontar la globalización: subirnos a la
ola de las tecnologías de la información y la comunicación, fomentar los micro-
emprendimientos y, nótese su anticipación, alistarnos para la siguiente ola
biotecnológica. (Pérez, C., 2022).
En su libro sobre el impacto del cambio tecnológico en el Estado, Oscar Oszlak
define la era exponencial como disrupciones aceleradas en diversos campos de la
sociedad, la economía y la política, tan vertiginosas que el crecimiento se vuelve
geométrico y su apreciación requiere una operación matemática exponencial. Ya no
serán los ciclos que podían medirse en décadas sino una avalancha de transformaciones
que no darán respiro, con efectos que desbordarán la más fértil imaginación (Oszlak, O.,
2021, 32-43).
Al estudiar los sistemas universitarios nacionales en el nuevo entorno del siglo XXI,
Erhard Friedberg y Christine Musselin sostienen que los consejos superiores y los
rectores tienen una iniciativa racional que ejercer para vincularse con el medio social y
productivo cuyos requerimientos, sumados a los estatales, pueden hacer de la educación
superior un área clave de las políticas públicas y un instrumento esencial para
proyectarlas sobre otras áreas prioritarias. Al reafirmar tal posibilidad estos autores
moderan la caracterización de anarquías organizadas que pesa sobre las universidades
diciendo que algunas de sus dimensiones son anárquicas pero no todas y, por lo tanto, si
se presta la debida atención a esos rasgos, resultan instituciones gobernables (Friedberg
y Musselin, 1992).
Una recapitulación de lo hasta aquí afirmado me permite formular varias razones
que, según creo, contribuirán a clarificar el papel y la necesidad del planeamiento
universitario. Un primer argumento combina los aportes de Mannheim y Aguilar
Villanueva para afirmar que los Estados democráticos afrontan la globalización
contemporánea con política públicas o “de Estado” y con planeamiento; por esos
medios aprovechan sus propios recursos y oportunidades y, además de su accionar
individual, forman bloques regionales de integración o instituciones mundiales que
cuiden la paz y regulen los mercados. Con esa finalidad reforman la burocracia clásica,
fijan objetivos prioritarios, aplican conceptos de nueva gerencia pública y desarrollan
proyectos y alianzas estratégicas para alcanzarlos.
Un segundo argumento pivota sobre los aportes de Drucker y Pérez + Oszlak para
sostener que el saber científico y tecnológico es una ventaja central que los Estados
nacionales pueden esgrimir para su éxito en la competencia mundial y lo será con más
intensidad en la era exponencial. Por su parte, las ciencias de la administración son
creadoras de conceptos, técnicas y prácticas que permiten, con las modulaciones
indispensables, afrontar los retos ineludibles de competitividad y productividad.
Entonces, surge el tercer argumento que asocia a Clark con Friedberg y Musselin
para reafirmar que la universidad contemporánea es una organización diferente a
cualquier otra: tiene base pesada y acople laxo entre sus secciones de base, es una
federación entre verdades absolutas y está saturada de símbolos tradicionales. Pero,
dicho lo anterior cabe puntualizar, en el caso de las instituciones públicas, que esas
pequeñas repúblicas, dado su rol central en el manejo del conocimiento avanzado, deben
a sus Estados y sociedades una contribución adicional y pueden darla en tanto consigan
articular las respectivas lógicas disciplinares de sus facultades y sus diversas funciones,
clásicas y actuales.
Para que alcancen un objetivo tan ambicioso se requiere de las universidades un
esfuerzo innovador, tanto en el terreno político como en el técnico para el rediseño y
ejecución de su práctica organizativa. El “segundo” Clark, que estudia el éxito de las
universidades entrepreneurials en varios países confirma el argumento (Clark, B, 2012).
Creo estar arribando así a las siguientes conclusiones preliminares:
a) la universidad autónoma es una organización difícil de gobernar pero gobernable.
Algunas de sus dimensiones no responden al mando vertical y los grupos académicos
que las forman son pares entre sí. No obstante, pueden y deben ser gobernadas, en
especial si su espíritu republicano, su impronta colegiada, su proverbial pluralismo se
combinan en un modelo de amplia representatividad y cuajan en un cogobierno de
sentido público, de estilo científico y de carácter participativo; y,
b) los cambios organizativos que estos procesos plantean a las universidades
públicas no son exógenos, son endógenos porque surgen en buena medida de los
propios conocimientos académicos actualizados en diversas disciplinas, tales como
informática, estadística, ciencias sociales, ciencias de la administración y porque,
además, responden a las nuevas demandas específicas que les realizan el Estado, el
sistema productivo y la sociedad nacionales y de las cuales la universidad
contemporánea no puede aislarse, en el marco de la globalización reinante y al ritmo
exponencial de las innovaciones tecnológicas que trae aparejadas.
2- Acerca del desarrollo de sistemas de planeamiento, información y evaluación que fortalezcan, legitimen e ilustren las atribuciones de las autoridades
La autonomía universitaria encierra un cruce de sentidos: la libertad de pensamiento
de profesores y estudiantes y la libertad de cátedra de los profesores, atravesada por la
confianza que el Estado y sus leyes prestan a que los claustros ejerzan el gobierno
propio de la institución, haciéndose responsables por su estabilidad y progreso y
protegiéndola frente a la arbitrariedad del poder.
La formulación y ejecución de planes es útil para contrarrestar y superar algunos
vicios típicos que pueden afectar a cualquier conducción universitaria: a) el
tradicionalismo, una manera de hacer que perpetúa el pasado; b) la ritualización, una
reproducción automática de prácticas cuyo sentido originario se ha olvidado; y, c) el
presente perpetuo o tendencia a vivir día por día prescindiendo de la reflexividad, tanto
la que alecciona con base en el pasado como la previsora que avizora el futuro.
En las organizaciones, esas desviaciones son frecuentes y devienen en pérdida de
racionalidad e improvisación. Lo que tienen en común es la ausencia de interés por las
consecuencias mediatas de la actividad actual, la pérdida de control sobre sus
consecuencias paradojales y sobre sus proyecciones hacia plazos más largos (Stubrin,
2014, 50).
En lo que atañe a la relación entre el planeamiento y la política en condiciones
democráticas, puede afirmarse que un plan adecuado es inherente a la política en sentido
arquitectónico. Tanto para la política pública nacional de educación superior como para
la política pública en el plano de las instituciones autónomas, en ambos casos el
planeamiento se ofrece como una serie de técnicas aptas para concebir y realizar los
fines y objetivos trazados.
Hasta cierto punto, política pública y estrategia también pueden considerarse
conceptos convergentes y hasta incluso asimilables. Pero, en el ámbito político lo
estratégico suele usarse como calificación para destacar la importancia vital de algo. La
posible respuesta a por qué en las últimas décadas se ha considerado muchas veces
necesario utilizar la frase ‘plan estratégico’ desborda el hecho de que existen peligros a
contrarrestar o contextos competitivos y reside también en que el adjetivo agrega
nuevos sentidos.
Por un lado, connota una versatilidad que la antigua planificación rígida y
autoritaria no admitía, que el plan se encuentra preparado para replantearse cada vez que
nuevas circunstancias así lo exijan; por otro lado, significa que está abierto al
intercambio con el medio externo, reconociendo que muchos de sus insumos provienen
del ambiente en que se sitúa así como también sus productos tienen como destino la
sociedad, la producción y el Estado, los tres en plena mutación.
Por lo tanto, el planeamiento estratégico surge después del fracaso del dirigismo
estatista hacia fines del siglo XX y la necesidad de salvar la idea principal de una
intervención gubernamental orientadora de las actividades particulares y redistributiva
de sus caudales de rentabilidad sin recaer en determinismos obtusos ni en oficinas
esotéricas u omnisapientes que queden capsuladas en el seno de las instituciones.
Como variante al planeamiento estratégico se emplea con amplitud la asociación
del planeamiento con el concepto de desarrollo. En la frase Plan de Desarrollo ambos
términos se complementan: mientras el planeamiento alude a los medios para incidir en
el futuro, el desarrollo aporta una mención a los valores y finalidades buscados. En la
ciencia económica el desarrollo se distingue del puro crecimiento en que éste es frágil y
reversible mientras que aquél es sólido y definitivo.
La sigla respectiva, que agrega la palabra “institucional”, es “PDI”, con mucho
uso en la Argentina y sobre todo en Brasil –donde se llama Desenvolvimento y es un
requerimiento a las universidades federales de la Ley 9394/1996 de Directrices y bases
a la educación nacional. Ese agregado implica al menos tres cosas:
a) que el plan está previsto en la normativa orgánica de la universidad, no es una
mera formalidad sino que tiene un estatus vinculante para los interesados;
b) que el plan es de la universidad en su conjunto, no solo de algunas de sus
esferas o componentes por lo cual tanto las áreas centrales como las unidades
académicas deben comprometerse con éste por igual; y,
c) el plan trasciende la plataforma electoral de las actuales o próximas autoridades,
ya que sus aspiraciones y compromisos tienen que formularse en relación con los plazos
y metas ya establecidos.
Lo anterior implica que no hay ni podrían aceptarse recetas inmutables o copias
miméticas de alguna fórmula convencional; por el contrario las pretensiones genuinas
de desarrollo institucional exigen que el liderazgo universitario, en su periódica
renovación democrática, galvanice a las comunidades y a las fuerzas sociales del
entorno con dosis apropiadas de originalidad política, que sus acciones sean críticas y
reflexivas y que se manifiesten a través de opciones técnicas diversas y variables. Bajo
esos rasgos distintivos, el diseño y puesta en marcha del planeamiento para el desarrollo
en una universidad pública o en un sistema nacional se volverá legítimo y factible.
La evaluación institucional tiene en América Latina una trayectoria de cerca de
treinta años y, en casi todos los países, está basada en los análisis cualitativos. Con este
método se interpreta a los actores y su contexto antes de emitir un juicio sobre la calidad
tanto de la organización y funcionamiento institucional como del nivel científico y
pedagógico de los programas de enseñanza. En nuestro medio, los estándares que se
aplican como baremos para establecer la calidad son raras veces expuestos como valor
de una o varias variables y casi siempre son breves textos que expresan una situación
deseada (Stubrin, A., 2010, 73-77).
En cambio, en Europa y Estados Unidos o Canadá, así como en otras regiones,
prevalecen los modelos paramétricos. En éstos un repertorio acotado de indicadores
matemáticos conduce a una clasificación ordinal en una tabla de posiciones, al estilo
deportivo.
La preocupación por evitar esa medición simplista llevó a las agencias
latinoamericanas de evaluación a estudios holísticos, multidimensionales, cuya
conclusión sea tajante y clara sobre la calidad alcanzada pero que atienda también el
contexto, los antecedentes y la interacción compleja entre actores, saberes, recursos y
reglas.
Claro que entre esos dos estilos de evaluación no hay una dicotomía; la evaluación
de calidad tanto como el planeamiento requieren textos y números, análisis cuantitativos
integrados con análisis cualitativos, acuerdos conceptuales sobre objetivos siempre
sostenidos en una estadística exacta, confiable y continua.
Esa combinación virtuosa permite mejorar las descripciones, afinar los
imaginarios de cambio y evitar que las mediciones ramplonas o el impresionismo
interesado empobrezcan la apreciación completa sobre la realidad. Los objetivos a
conquistar tienen que ser expresados con elocuencia pero también traducidos a
magnitudes medibles. El puro texto podría llevar a la autocomplacencia, el mero
recuento, por su parte, podría conducir a un desenfreno competitivo.
Entonces, la producción y recopilación sistemática de información cuantitativa
sumada a los informes fundados y participativos de evaluación y, por su parte, el
planeamiento para el desarrollo, con su implementación y monitoreo forman entre todos
una secuencia y describen un ciclo continuo a lo largo del tiempo. Viene al caso señalar
que ese proceso recursivo y ascendente bien puede coordinarse con los períodos
previstos para los mandatos de las autoridades colegiadas y unipersonales de cada
universidad.
De esa suerte, la representación democrática de las autoridades debiera dialogar
con la continuidad de una planificación más larga adoptada en lo posible por consenso.
Claro que la competencia política y su lógica diferenciadora tienen que encontrar su
espacio para introducir en el plan ciertos énfasis, variantes y rectificaciones que
marquen las preferencias y los estilos de cada corriente que alcanza la mayoría y de sus
líderes.
3- Actividades universitarias u objetos sobre los que pueden aplicarse el
planeamiento, la información y la evaluación
Acerca de las áreas o funciones universitarias que debieran estar impactadas por el
planeamiento, corresponde resaltar que la mirada y el abordaje holístico, global es el
que mejor cuadra con la concepción y ejecución de un plan que merezca llamarse o bien
de desarrollo o bien estratégico.
Las áreas centrales, núcleos del gobierno y administración de las instituciones
habrán de sujetarse a los lineamientos del planeamiento pero no pueden ser su foco
exclusivo. Las tres misiones sustantivas clásicas (enseñanza, investigación y extensión)
y las nuevas (vinculación, cultura, cooperación, e-learning, comunicación) deben estar
incluidas. Las unidades académicas con sus varios niveles y modalidades tienen que
quedar incluidas. También, es indispensable que las actividades de apoyo administrativo
y de servicios estén concernidas, porque sin su participación nada funcionaría.
En ese orden de ideas, los alcances del planeamiento concreto habrán de variar
entre dos modelos o tipos ideales que pueden enunciarse bajo las letras “A” y “B” de la
siguiente manera: me baso para esta distinción en las enseñanzas de Oscar Oszlak,
volcadas en el informe de su consultoría para la Universidad Nacional del Litoral en
2011.
Modelo A: el plan es un ejercicio por el cual una universidad se organiza para
llevar a cabo un conjunto de iniciativas coordinadas que, una vez ejecutadas, producirán
diversos cambios, mejoras e innovaciones en el funcionamiento de los sistemas de
gestión internos, en los métodos y procedimientos, en la infraestructura existente, en las
capacidades de su personal, entre otros factores. Se basa en un diagnóstico con brechas
y déficits de capacidad institucional, a partir de cuya detección se decide
implementarlo. Se concreta en programas o proyectos para materializar los cambios
necesarios.
Modelo B: todas las actividades institucionales deben ser objeto de
planificación. Para eso se requiere una desagregación “al piso”, detallada y exhaustiva.
Las rutinas de la docencia, la investigación, la vinculación, etcétera, deben describirse
una por una, con el personal, tiempos y recursos asignados. Lo mismo para el apoyo
directo: bibliotecas, laboratorios, informática, telemática, desarrollo curricular; y, el
apoyo general: administración, logística, mantenimiento.
Las operaciones clave para la puesta en marcha de este Modelo B serán, sin
excusas, reconversión o reingeniería organizacional.
Cada universidad tiene que diseñar e impulsar su planeamiento con conciencia
de la existencia de estas opciones puras, aunque la decisión institucional no exija optar
por uno o por otro de manera excluyente.
Retomo de Oszlak las siguientes advertencias: el modelo A podría derivar en
una serie de cambios impulsados por las autoridades a los que se reviste con la
terminología propia de la planificación, tal que pudiera ser un aparente planeamiento
estratégico.
El modelo B, único de los dos al que le cabe a cabalidad el adjetivo
“estratégico” podría ser difícil o hasta imposible bajo restricciones históricas, legales, de
consenso interno o externas severas. Podría no disponerse, por ejemplo, de colaboración
suficiente para formularlo o para monitorearlo.
Lo más probable es que una Universidad pública diseñe una versión intermedia
entre los dos modelos. Para eso debiera incorporarse al modelo A (próximo al Enfoque
de política pública) una serie seleccionada de elementos del modelo B (semejante a
Dirección estratégica), que llevaran a una variante mixta en la cual se incorporen por
ejemplo definiciones sobre visión y misión, metas para los objetivos e indicadores para
seguimiento.
La sucesión de ejercicios de planeamiento así como sus correlativos de
diagnóstico, monitoreo o autoevaluación y el perfeccionamiento del sistema
informacional y estadístico podrían escalar un caso cercano al modelo A hacia una
configuración cercana al modelo B, en un mediano plazo más o menos manejable.
Aun considerando la diversidad posible de versiones, es de esperar que las
propiedades beneficiosas del planeamiento que permitan unificar a la universidad sin
centralizarla en exceso; hagan previsible el futuro y afronten sus riesgos y posibilidades;
fortalezcan las funciones de gobierno y de gestión; aumenten la transparencia recíproca
entre diversos actores; habiliten a superar los frecuentes juegos de suma cero entre sus
unidades organizativas; hagan más equitativa y eficiente la distribución de recursos y,
por lo tanto, el esfuerzo realizado; y, por último aunque no el último, mejoren la
interacción de la universidad con el Estado, la sociedad y la producción.
4- Algunos desafíos para constituir y desarrollar sistemas de planeamiento, información y evaluación
Comienzo por dar noticias sobre la política pública para estimular la planificación
universitaria en la Argentina, el único caso nacional del que dispongo información
precisa. Aquí, con esporádicas excepciones se brindó muy poco apoyo técnico o
financiero para los planes de desarrollo universitario hasta que en 2016, en el marco de
su Programa de Calidad, la Secretaría de Políticas Universitarias lanzó una convocatoria
a las universidades en “Apoyo al Desarrollo Universitario”. La finalidad era que las
evaluaciones institucionales realizadas ante CONEAU puedan servir como plataformas
para el crecimiento y la transformación académica, creando capacidades técnico-
políticas específicas y preparando inversiones transversales hacia carreras y disciplinas.
Entre 2017 y 2018 sobre 41 presentaciones se aprobaron 34 proyectos de sendas
universidades públicas que querían desarrollar sus Planes de Desarrollo Institucional.
El destino de los fondos era fortalecer las áreas de planeamiento y evaluación
institucional y respaldar el diseño y puesta en marcha de sus planes autonómicos y
transversales a todas sus unidades académicas.
Con un volumen financiero mucho mayor, seis de esas universidades celebraron
contratos-programa integrales con el Estado por varios cientos de millones de pesos,
orientados a financiar la ejecución del PDI y buena parte de sus inversiones necesarias.
Es indudable que tuvo influencia el sistema francés de contratación, una modalidad
precursora del entero cambio de la configuración del sistema universitario de ese país.
Ese dispositivo adoptado en los noventa por el Ministerio de Educación de Francia a
través de la creación de una Dirección de Contrataciones está analizado con perspectiva
histórica por Christine Musselin y, en nuestro medio, por Ana María G. de Fanelli
(Musselin, Ch., 2001; García de Fanelli, A., 1998).
Con el cambio presidencial entre Mauricio Macri y Alberto Fernández el programa
fue discontinuado, con lo cual la expectativa de alentar la adopción y ejecución de
planes globales en ese vasto número de universidades públicas, quedo suspendido.
A pesar de este lánguido panorama sobre los escasos incentivos que el planeamiento
universitario suele recibir en mi país, me atrevo sin embargo a consignar a esta altura un
puñado de recomendaciones para aquellas universidades de la región que, contando o no
con fondos públicos adicionales, se propongan incursionar en el planeamiento, con sus
apoyos inseparables en el sistema de información y la evaluación institucional.
1°) Custodiar los valores y significados culturales propios de la labor
universitaria, manifestados en la visión y la misión que se asumen en uso de la
autonomía y la autarquía.
2°) Reconocer la existencia de entornos competitivos, con variables
recompensas y sanciones hacia las instituciones, según su formato organizativo y su
performance académica.
3°) Asumir la comparación nacional e internacional con otras universidades, con
afán de cooperación y aprendizaje institucional.
4°) Cuidarse y mantenerse a salvo de las recetas exógenas y del fast-food
tecnocrático, economicista y decisionista.
5°) Ejercer una lógica pública comunicativa para las diversas operaciones del
gobierno institucional y, en especial, del planeamiento.
6°) Abrirse a diseñar nuevas herramientas y procedimientos de gestión, tanto en
la administración como en el gobierno.
7°) Valorar la informatización pertinente y oportuna y los reportes cuantitativos
en línea.
8°) Diagnosticar, autoevaluar, elaborar cuadros situacionales, formular agenda
de problemas públicos, identificar déficits de capacidades y brechas de desarrollo,
estudiar escenarios futuros.
A estas ocho sugerencias quisiera agregar otra muy particular, de carácter
transversal a todas ellas: en su diseño e implementación es inevitable que el
planeamiento tenga que procesar y decidir sobre el uso de múltiples ideas y conceptos
elaborados en otros contextos, sobre todo en el mundo empresarial y bajo el clima de
los negocios.
Algunos dispositivos, entre muchos similares, que tienden a migrar hacia la
política universitaria y seguirán haciéndolo: “insumo, proceso, producto”, “análisis
FODA”, “calidad”, “gestión”, “gerencia”, “responsabilidad social”, “productividad”,
“buenas prácticas”, “benchmarking”, “ranking”, “voucher”, “charter”. Es
desaconsejable rechazarlos o adherir a ellos en masa y sin la suficiente reflexión. Lo
adecuado es seleccionarlos uno por uno, descifrar sus contenidos útiles en su propio
contexto de surgimiento y, en caso de considerarlos aplicables, antes de adoptarlos tal
como vienen adaptarlos, dándoles una recepción que sin desmerecer el bagaje singular
propio, lo ilustre y enriquezca (Lanzara, G. F., 1999).
-II-
SEGUNDA VUELTA
En el carácter de coordinador del Núcleo Disciplinar sobre Evaluación Institucional,
Planeamiento Estratégico y Gestión Universitaria de la Asociación Universitaria Grupo
Montevideo (AUGM) (www.grupomontevideo.org.si) me tocó acordar un convenio en 2014
con la Red de Dirección Estratégica en la Educación Superior (DEES) (www.reddees.org).
Entre ambas entidades se llevó adelante en los años siguientes un proyecto de
investigación conjunto y de carácter exploratorio con el objetivo de trazar un cuadro de
situación sobre el avance de la planificación universitaria en un conjunto de
universidades pertenecientes a ambas redes. Fueron estudiadas 24 universidades
públicas de 9 países latinoamericanos: 6 argentinas, una boliviana, una brasileña, dos
chilenas, 9 cubanas, una ecuatoriana, dos nicaragüenses, una paraguaya y una uruguaya.
Entre ellas, 13 universidades de cuatro países se inscribieron a raíz de su pertenencia a
DEES en tanto otras 11 instituciones de seis países se sumaron en carácter de miembros
de AUGM.
Así se conformó el objeto de estudio, una muestra que como se observa es
bastante amplia pero por su número y distribución no es representativa del universo de
más de 3.500 universidades en América Latina. Sin embargo, la publicación de las
conclusiones por parte de la Editorial de la Universidad de Playa Ancha, Valparaíso,
Chile en 2020 (IBSN: 978-956-296-201-8) provee una fuente aproximativa y reciente
sobre un aspecto poco relevado y menos estudiado de la educación superior del
subcontinente.
1- Acerca de las vertientes de la planificación universitaria
La intención es que esta segunda vuelta sobre el tema se base en presentar
algunos resultados del análisis ya referenciado a los que sumaré comentarios sobre los
datos que se ofrecen al análisis. Primero, haré una aclaración sobre la concurrencia en el
terreno del planeamiento universitario de dos vertientes que, desde su comienzo, esta
investigación expone con bastante claridad. Una de ellas es la derivada de la Dirección
Estratégica, campo disciplinar de las ciencias de la administración que, no por
casualidad, da nombre a una de las redes impulsoras del estudio.
En su análisis preliminar José Luis Almuiñas, a la sazón titular de la Red DEES,
nos explica: “Como se conoce, la planificación estratégica es uno de los componentes
de la dirección estratégica universitaria, enfoque de gestión que surgió del medio
empresarial, que ha sido abordado con mucha amplitud por prestigiosos especialistas
como Henry Mintzberg y Michael Porter, entre otros, y en la actualidad está en pleno
desarrollo en la educación superior.” (Almuiñas, J. L., 2020, 12-14).
Me interesa resaltar la postura de Almuiñas, académico en la Universidad de La
Habana con larga trayectoria en la difusión de la administración racional moderna en las
universidades de su país y de varios otros en América Latina. La planificación
universitaria, para esta corriente teórica, proviene de la dirección estratégica que es la
disciplina troncal y sus mentores principales algunos de los gurúes más reconocidos en
el ámbito empresarial capitalista, cuyos postulados aplican de manera bastante lineal.
Cito otra vez a Almuiñas: “La mayoría de los enfoques de planificación
universitaria tienen su origen en el medio empresarial, pero poco a poco se han ido
desarrollando y enriqueciendo en las IES a partir del aporte de algunos autores y
organizaciones. Los principales enfoques que se han aplicado con mayor auge en el
pasado siglo son: recursos humanos – demanda económica o matriz insumo-producto y
planificación normativa (década del 60); estimación de la demanda social (década del
70); planificación estratégica (a partir de 1975); planificación prospectiva (a partir de
1980).” (Almuiñas, J. L., 2020, 14-16).
Es fácil asociar la postura de Almuiñas con el modelo “B” expuesto más arriba y
darse cuenta de que las universidades adherentes a DEES son las que mejor lo
representan en la muestra. Entre tanto, el modelo “A”, con más influencia del paradigma
de política pública, parece encarnar en algunas de las universidades nucleadas en
AUGM, aunque entre ellas hay también casos mixtos y por qué no ambiguos. Esa
heterogeneidad –planes estratégicos, planes de desarrollo, planes mixtos- es
esclarecedora tanto de los puntos de partida como de los alcances de la planificación
universitaria en América Latina y, como ya se dijo, de las restricciones en medio de las
cuáles las universidades clásicas se debaten para perfeccionar su gobernabilidad o
gobernanza mediante estas nuevas herramientas.
2- ¿Cómo se desarrolló la investigación? ¿Cómo operaron las políticas nacionales?
El caudal de datos con que se desarrolló el estudio AUGM-DEES se obtuvo
mediante una Guía elaborada por el equipo central que orientaba la autogeneración de
Reportes institucionales sobre el período 2010-2015 por parte de todas las universidades
participantes. El objetivo central fue exploratorio y comparativo y se centró en
identificar y analizar las similitudes y diferencias más relevantes en la práctica de la
planificación, con la ambición de recomendar su mejoramiento y propiciar que otros
investigadores prosiguieran el intento. Tanto el diseño de instrumentos como el trabajo
de campo y el informe final estuvieron a cargo de Mauricio Moltó de la Universidad
Nacional del Litoral (UNL) y Cristián Pérez Centeno de la Universidad Nacional de
Tres de Febrero (UNTREF), ambas de Argentina.
Por medio del testimonio de los equipos institucionales se extrajo la información
necesaria para todo el análisis; el primer apartado está referido a Política nacionales con
impacto en las IES analizadas (AUGM et al., 2020, 33-36). El segundo rubro expone las
Actividades de planificación y programación en las universidades (AUGM et al., 2020,
37-64). Por último, la tercera parte expone sobre el Plan estratégico o de Desarrollo
Institucional en efectiva ejecución en cada una de las instituciones participantes
(AUGM et al., 2020, 65-76). El informe culmina con una breve conclusión y se sigue
con valiosos anexos que transcriben buena parte de la información proporcionada por
las universidades.
En tren de repasar los rasgos más salientes de la descripción, comienzo con dar
cuenta de las políticas de educación superior en los nueve países, con la aclaración de
que fueron las propias universidades quienes señalaron aquellas líneas estatales de
acción que más les influyen en su desarrollo de aquel momento.
A partir de diez dimensiones contempladas en la guía, tres países sobresalen con
cobertura más amplia que el resto: Cuba, con diez señalamientos; Chile, con ocho; y,
Argentina, con siete. Por su parte, las dimensiones que resultan más gravitantes son
Investigación-Desarrollo y Democratización-Inclusión, ambas indicadas en 7 países; y,
Evaluación de Calidad con presencia en 6 países. Por su parte, las áreas de políticas
universitarias que al parecer ejercen una influencia más reducida son Pedagógico e
Internacionalización, presentes las dos en sólo dos países (AUGM et al., 2020, 34-36).
Mirando más de cerca las políticas científicas, las instituciones chilenas y
argentinas muestran la vigencia de un sistema nacional de investigación que derrama su
incidencia sobre las universidades. En otros países las universidades se sienten ellas
mismas hacedoras de la política científico-tecnológica, como en los casos de Cuba y
Ecuador.
En lo relativo a la democratización social de la educación superior sobresalen en
el panorama regional dos estrategias: la creación de nuevas universidades hacia regiones
o sectores sociales sin cobertura y el despliegue de apoyos económicos o becas para
favorecer el ingreso o la continuidad de estudios de estudiantes desfavorecidos. Ambas
resultan sostenidas con parecida intensidad.
En lo que atañe a Evaluación de calidad resalta la actuación de agencias
nacionales en varios países en que esos sistemas están ya maduros y operan a régimen,
mientras que otros casos nacionales las muestran como líneas de política en ciernes. En
los casos de Argentina, Brasil y Cuba las evaluaciones se extienden al nivel de
posgrado.
Corresponde puntualizar que, con excepción de Brasil y Cuba en el resto de los
países no se registran estímulos significativos de política pública para desarrollar el
planeamiento en las universidades.
3-¿Cómo fueron las actividades de planificación y programación en las universidades?
A continuación repaso el cuadro de situación sobre las actividades de
planeamiento y programación que la investigación encontró tras el relevamiento de las
instituciones. Se entendió en la Guía que el planeamiento es un marco de referencia
orientador para el futuro en un horizonte temporal determinado de varios años, en tanto
que la programación se refiere a una fase del planeamiento que consiste en las tareas
sistemáticas e instrumentos operativos necesarios para la implementación de sus
propósitos.
El procesamiento de las respuestas sobre planificación a las 24 universidades
comprende ocho ítems, cuatro de ellos son funciones (docencia, investigación,
extensión, transferencia) y los otros tres son niveles o atributos organizativos (gobierno
central, presupuesto, facultades, departamentos). Las opciones que indagaron en la
percepción de los responsables fueron si la planificación es sistemática, si es irregular o
si no existe.
Respondieron que su planificación es sistemática en los ocho rubros las 9
universidades cubanas, las dos chilenas, una de las dos nicaragüenses, la ecuatoriana, la
uruguaya y una de las seis argentinas. Una universidad argentina, por contraste, fue la
única que reconoció no planificar en absoluto. Las áreas planificadas por el mayor
número de instituciones son Investigación y Presupuesto (20 casos). La menor cobertura
recayó sobre la Transferencia, función en la que no planifican ocho, es decir una tercera
parte de las instituciones (AUGM et al., 2020, 38).
Yendo ahora a la programación se advierte que su realización sistemática es
mayoritaria, aunque entre las universidades argentinas hay varias que habiendo
planificado reconocen, sin embargo, no programar en varias funciones (AUGM et al.,
2020, 41). En cuanto al marco regulatorio interno sobre la materia: 10 universidades
contemplan esa obligación en el Estatuto en tanto que 18 la realizan por resolución de
su consejo superior; en seis casos la planificación se refuerza con ambas instancias
(AUGM et al., 2020, 44). Acerca del marco regulatorio nacional sólo las universidades
de Argentina, Bolivia y Uruguay expresan que no hay planificación de sus gobiernos
sobre educación superior (AUGM et al., 2020, 45).
La investigación adopta las definiciones de plan de desarrollo y plan estratégico
en forma similar a cómo las define Osca Oszlak como modelos “A” y “B”, más arriba
mencionados. Con ese alcance y el lógico peso de la denominación oficial (que no
siempre se ajusta a definiciones técnicas rigurosas), las respuestas a la consulta sobre el
tipo de plan arroja que 14 universidades lo nombran como plan estratégico (nueve
cubanas, dos nicaragüenses, dos argentinas y una chilena); en cambio, se presentan sólo
como planes de desarrollo dos argentinas; mientras que otras cinco caracterizan a sus
planes como combinados entre ambos tipos: la ecuatoriana, la uruguaya, la paraguaya,
la brasileña y una de las chilenas. Como ya se sabe, dos instituciones argentinas no
realizan planificación, aunque una de ellas dice que realiza Dirección estratégica pero
‘no lo deja documentado’ (sic.) (AUGM et al., 2020, 48).
Otra averiguación importante de la investigación es sobre las oficinas
encargadas o que dan respaldo técnico a la planificación en el seno de las universidades.
Su encuadre es en los rectorados o vicerrectorados; su rango es con frecuencia el de
Dirección; en las instituciones cubanas suelen llamarse Centro de Estudio. El número de
funcionarios con que cuenta es variable, lo encabeza la argentina UNNE con 62
integrantes y el promedio es de 11, aunque en la mitad de los casos el plantel llega a
siete agentes (AUGM et al., 2020, 53).
La Guía pidió a las oficinas especializadas que mencionen los principales
instrumentos de gestión a los que recurren para el cumplimiento de sus propósitos. El
informe destaca: a) diversas herramientas informáticas para indicadores de seguimiento
de las iniciativas, b) técnicas prospectivas; c) benchmarking; d) análisis situacional; e)
tormenta de ideas; f) proyección de tendencias; g) manuales de calidad; y h)
seguimiento presupuestario de ingresos y egresos.
4-¿Qué relación se establece en cada país entre la planificación universitaria, la evaluación institucional y los sistemas de información estadística?
La investigación recabó a las universidades una valoración sobre la importancia
de los procesos de evaluación y acreditación y su contribución a sus unidades de
planificación y al respectivo plan estratégico o de desarrollo. Las respuestas dan cuenta
del peso de las regulaciones en cada caso nacional, de las agencias que intervienen y de
las pautas de cultura institucional vigentes.
Las respuestas coinciden en señalar la importancia de los procesos de
acreditación y evaluación institucional instaurados en casi todos los países que, según se
señala, hacen dos aportes: primero, generan estándares o pautas para las
autoevaluaciones y las evaluaciones externas y, en segundo lugar, los informes de pares
o expertos que resultan de esos ejercicios ofrecen al planeamiento diagnósticos, cuadros de situación o agenda de problemas que sirven de base para delinear la visión y los
objetivos generales y específicos de la siguiente planificación y, también, para registrar
grados de avance o de logro de la planificación ya ejecutada (AUGM et al., 2020, 54-
58).
Acerca de los sistemas de información se indagó tanto sobre los internos como
sobre los externos que existen para la gestión de diversas áreas de las universidades.
También, se interrogó sobre la relación entre la unidad de planificación y la unidad de
informática y/o telemática; los nexos entre los encargados de producir información en la
universidad y sus pares a nivel nacional. Por otro lado, se interesó por el conocimiento
del sistema estadístico de la universidad y del país respectivo, su utilidad para proveer
indicadores de seguimiento del planeamiento y su rol en difusión de información a los
actores interesados y al público.
Los desarrollos que se informan sobre los diversos países e instituciones son
dispares en cuanto a la efectividad y la funcionalidad de la información proporcionada.
El Informe ofrece una apretada síntesis para cada país (AUGM et al., 2020, 58-64):
-en la Argentina se destaca el Sistema de Información Universitaria (SIU) que
crea y distribuye aplicaciones en las universidades con preocupación por la calidad de
los datos para su empleo en la gestión y el planeamiento universitario;
-el caso boliviano muestra retrasos en organizar a escala de la universidad la
información disponible en las unidades académicas y las áreas centrales; el
departamento de planificación institucional de cada universidad aporta datos para la
estadística confeccionada por el Comité Ejecutivo de la Universidad Boliviana (CEUB);
-en Brasil, con base en la divulgación de indicadores de desempeño de las
universidades federales se elaboran rankings que tras su publicación generan estímulos
para la superación de las performances;
-en Chile, los datos e indicadores producidos por las universidades son
colectados por el Servicio de Información de Educación Superior (SIES), dependiente
del Ministerio de Educación;
-en Cuba se informa que la existencia de sistemas y su uso en la planificación es
amplia y heterogénea, variando en función de cada universidad;
-en Ecuador el Sistema de Información de la Educación Superior (SNIECE)
administra información pública actualizada que facilita el monitoreo del Plan Nacional
de Desarrollo, la política universitaria y los planes de las universidades;
-en Nicaragua, las universidades presentan diversos niveles de desarrollo de sus
sistemas informáticos, con lógica ventaja para la Universidad Nacional de Ingeniería;
-en Uruguay, la UDELAR se encuentra desarrollando un nuevo sistema para el
registro de alumnos; ya cuenta con uno de información financiera y de gestión del
personal, a la vez que su nexo con los sistemas externos en materia de censos y
estadísticas nacionales es aceitado.
Con sus alcances y limitaciones, la investigación deja así descriptos de manera
somera el trípode central que se configura entre el planeamiento, la información pública
y la evaluación institucional, como elementos vitales para el gobierno racional y eficaz
de las universidades y los sistemas nacionales de educación superior
5-¿Cómo valoran las universidades analizadas el proceso de planificación en marcha?
Los datos y opiniones recabados para la investigación datan de 2015 son
valiosos y aluden a la experiencia de las universidades en planificación; cuánto tiempo
insume su elaboración; en qué plazo se despliegan; qué cambios suscitaron planes
anteriores sobre las nuevas ediciones; cuánta influencia ejercen las directrices oficiales
sobre los planes universitarios; quienes son visualizados como líderes del esfuerzo
planificador; cuál es el método y el período para ejecutar las tareas del plan; por último,
se recogieron debilidades y obstáculos para plasmar la planificación universitaria.
Frente a la consulta acerca de cuántos planes integrales llevó adelante cada
universidad se destacan la Universidad de Santiago de Chile y las cubanas
Universidades Central Las Villas y de Pinar del Rio con seis ediciones en cada caso. La
mayoría de las participantes oscila entre dos y cuatro experiencias de planificación
global (AUGM et al., 2020, 66).
La consulta en torno a cuánto tiempo insume la elaboración del plan desde su
concepción hasta su puesta en marcha tuvo diversas respuestas: desde el extremo de una
institución que lo hizo en un mes hasta otra que requirió dos años, aunque un año es la
respuesta más frecuente (AUGM et al., 2020, 68).
En lo que atañe al horizonte temporal de su plan, cuatro universidades informan
que sus planes abarcan diez años o más. En el otro extremo las 9 universidades cubanas
impulsan planes de tres años de duración. Otras 8 instituciones de siete países
mencionan plazos de entre cuatro y cinco años, que resultan por lo tanto los más
habituales (AUGM et al., 2020, 69).
Los aspectos sobre los cuales las últimas ediciones de los planes registraron
cambios con respecto a ejercicios anteriores son variados. Hubo varias universidades
que informan sobre creación o jerarquización de la oficina responsable; otro buen
número que innovó en el método de trabajo, la gestión de información y, en especial, en
el monitoreo de las tareas; algunas mencionan el aprovechamiento de la evaluación
institucional o la lección tomada de experiencias anteriores; también la mejora en el
financiamiento y el cambio de la misión y visión; es común en las universidades
cubanas la búsqueda de una mayor coordinación con el Ministerio nacional; y,
UDELAR informa el cambio hacia nuevos ejes, la planificación edilicia y la
regionalización (AUGM et al., 2020, 70).
En cuanto a la influencia que la planificación nacional o subnacional del
desarrollo ejerce sobre los planes universitarios se puede establecer una influencia
directa en países donde la autonomía universitaria no es tan fuerte y estos planes
globales o educacionales o científico-tecnológicos del Estado son más condicionantes
(Brasil, Cuba, Ecuador, Nicaragua), mientras que en otros casos se encuentran
referencias a la importancia que reviste para la formulación del plan universitario la
información disponible sobre el contexto y los escenarios nacionales, regionales o
sectoriales y sus políticas (Argentina, Chile, Uruguay). En Bolivia, por su parte, se
advierte la ausencia de política universitaria explícita del gobierno nacional, según
disposición constitucional (AUGM et al., 2020, 72).
Al responder sobre a quién puede atribuirse el liderazgo en la formulación y
ejecución del plan, aunque es evidente que en todos los casos se encuentran
involucradas autoridades políticas junto a instancias técnicas, una mitad aproximada de
universidades menciona al Rector, al Vice rector o al Consejo Superior, mientras que
son también numerosos los casos en que ese papel es asignado a la secretaría,
coordinación u oficina especializada (AUGM et al., 2020, 79).
Otro aspecto interesante es la materialización del plan en su programa operativo.
Varios tienen planes de operaciones anuales; otras, en lugar de centrarse en objetivos,
focalizan en áreas de resultados claves, fijadas por el orden nacional como en el caso
cubano; en otros se siguen metas en forma directa; hay un caso de programación anual
por área (UNNE); en UNL la programación es de etapas trienales, lo cual es una
particularidad; entre tanto en la UDELAR la programación del presupuesto anual
ejecuta el plan (AUGM et al., 2020, 74).
Además de diversas fortalezas y logros que las universidades señalan como
emergentes de sus prácticas de planificación se puntualizan también algunas debilidades
u obstáculos que surgen de la experiencia. Entre éstas figura la insuficiencia de recursos
presupuestarios; la falta de número y capacitación de recursos humanos afectados a las
operaciones; la necesidad de sistemas informáticos mejor diseñados y calibrados para
soportarlas y monitorearlas; una sensibilización mayor frente al incumplimiento de las
metas previstas y una mejor comunicación de los resultados del plan ante la comunidad
y la sociedad (AUGM et al., 2020, 98-104).
6-¿Qué inferencias y enseñanzas podemos extraer de la investigación?
La relectura de la investigación me ha permitido observar y reflexionar acerca de
los comportamientos institucionales que acercan o alejan a los gobiernos y colectivos
universitarios del empleo útil de estas tecnologías “blandas” que pueden apoyar el
desempeño institucional e integrar los tejidos académicos frente a desafíos de
diversificación y complejidad ineludibles, así como de cara a estos umbrales de la era
exponencial que estamos pisando. Si bien esa problemática será abordada en la
siguiente “tercera vuelta” de estas páginas, me interesa hilvanar aquí algunos apuntes.
Muchas grandes universidades, sobre todo brasileñas, argentinas, paraguayas y
bolivianas son miembros de AUGM. Algunas de ellas integran el Núcleo especializado
en planeamiento, evaluación y gestión. Entre ellas solo un puñado participó de la
investigación pero fueron muchas las que no acudieron. El hecho de que en algunos
casos las universidades más grandes no practiquen el planeamiento sistemático pudo
haberlas disuadido. Las universidades nacionales de Entre Ríos (UNER) y Tres de
Febrero (UNTREF) integradas a la muestra voluntaria dan cuenta de una actitud
generosa y preocupada en el tema, a pesar de ofrecer poca información propia al caudal
común.
En las macro universidades tradicionales, no solo el tamaño opera como un
obstáculo a la instauración del planeamiento global; también influyen para eso la
independencia de las facultades, con sus propios sistemas políticos internos y sus
amplias relaciones con el entorno político, económico y social. Las respectivas
disciplinas-profesiones en las que se especializa cada unidad académica les ofrecen
andariveles separados para que sus culturas, intereses y aspiraciones difieran, las hagan
operar en paralelo o, en ocasiones, interpongan obstáculos a la acción institucional
común.
Por otro lado, la legislación y la corriente de reestructuración surgida en los años
noventa puso el eje sobre la evaluación y la calidad en relación a la cual el así llamado
mejoramiento de la calidad era visto como el curso ideal de avance académico e
institucional, sin que las nociones de cambio, de crecimiento, de diversificación y de
desarrollo sean motivadoras de los comportamientos individuales y colectivos.
Como la calidad tendía a ser objetivada en reglas estandarizadas que quedaban
vigentes durante décadas, los horizontes de transformación quedaron desplazados del
discurso y la imaginación de muchos líderes universitarios, a pesar de que en efecto la
época, con sus innovaciones constantes y su problemática en acelerada metamorfosis,
requerían otra cosa.
No por casualidad el planeamiento fue en esas décadas eclipsado por la
evaluación y la calidad, en consonancia con idéntico ocaso para las nociones de
planificación, estrategia y desarrollo. La Ley de Educación Superior de la Argentina (N°
24.521) no es el único caso en que el planeamiento universitario es soslayado al punto
de ser apenas mencionado en un solo artículo, en relación a la coordinación regional. .
En esta tercera década del siglo XXI, es tiempo de que la política universitaria
tanto en los sistemas nacionales como en la esfera autonómica de las instituciones se
haga cargo de las nuevas tendencias de cambio exponencial, signadas en las nuevas
tecnologías, el aumento del volumen de conocimientos y la mutación económica, social
y cultural de escala planetaria.
-III-
TERCERA VUELTA
Repasaré en la tercera parte de estas notas las circunstancias por las que atraviesan
los sistemas universitarios nacionales en Latino América de cara a la era exponencial
que se avecina, aún con las dificultades que presenta un análisis transversal sobre un
alto número de realidades nacionales, cada una de las cuales retiene características
difíciles de encerrar en un común denominador.
De propia cosecha presento a continuación, en primer término, cinco ejes que
generan problemas públicos en los sistemas universitarios de toda la región ante los
cuales estoy seguro que ningún gobierno está siendo indiferente e invito a recorrerlos,
debatirlos y complementarlos con más información y otras opiniones.
En segundo término, intento reflejar de manera sintética y fiel dos debates que
varios expertos en educación superior comparada, todos ellos especializados en nuestra
región, sostuvieron de manera pública durante 2019. Entiendo que el ojo entrenado de
cada uno de ellos y el contrapunto que nos ofrecen mantienen y acrecientan su vigencia,
atravesada ya la emergencia de la pandemia.
1. Puntos principales para una posible agenda latinoamericana de la educación superior en esta tercera década del siglo XXI
Con motivo de la Conferencia Regional de Educación Superior (CRES) celebrada
en Córdoba en 2018, IESALC-UNESCO convocó a numerosos expertos de la región
para la elaboración de una serie de documentos que actualizaron información,
describieron problemas y esbozaron propuestas para encaminar el debate público y la
formulación de políticas en cada uno de nuestros países. Subyace allí la esperanza de
una más estrecha cooperación horizontal que nuestros gobiernos, con colaboración de
los organismos internacionales, pudieran llevar a cabo.
Desde 2020 la conmoción generada por la pandemia, la consiguiente cuarentena y
la emergencia de los métodos educativos remotos provocó también una profusa
publicación de informes, predicciones y recomendaciones sobre los nuevos rumbos que
debieran adoptarse en nuestras universidades. En estas líneas quisiera retomar el hilo de
los diagnósticos medulares, con base en los cuales creo que se deben ordenar las
prioridades para las políticas públicas, la cooperación regional y el planeamiento de los
países y las universidades autónomas.
El esbozo que me interesa resaltar en esta oportunidad abarca cinco asuntos que no
son exhaustivos ni excluyentes de otros ya subrayados por la literatura mencionada,
como las cruciales cuestiones de género, de interculturalidad, de ambiente o de
informatización (IESALC-UNESCO, 2018).
El primer eje está dado por el crecimiento acelerado del estudiantado en las últimas
décadas que convirtió a la educación superior en una educación de masas, canalizando
en parte y en parte decepcionando la movilidad ascendente de amplios contingentes que
son la primera generación de sus familias y grupos en las aulas universitarias.
La anterior expansión interpela en un segundo eje a la capacidad estatal de
financiamiento, instala la disyuntiva sobre si los fondos públicos tienen que dirigirse a
la oferta o a la demanda, si las universidades públicas deben o no ser gratuitas y deriva
en muchos países el esfuerzo económico hacia los propios interesados para cubrir sus
costos en el sector de instituciones privadas o en devolver una vez graduados los
préstamos con que se les permitió afrontar sus gastos estudiantiles.
La tercer cuestión es si las universidades dedicadas a las nuevas demandas sociales
deben especializarse en la enseñanza y ser dispensadas o no de realizar esfuerzos en la
investigación, lo cual proyecta interrogantes sobre cómo debe organizarse el Estado
para formular políticas y para evaluar calidad tanto en la educación superior como en la
ciencia y la tecnología.
Los puntos anteriores desatan un cuarto tema: el interrogante acerca de cómo puede
la región adaptarse a las condiciones de la globalización académica, incrementando el
peso de sus propios aportes en el mapa mundial de las regiones y sus potencias; cuánta
importancia asignarle a los rankings internacionales, cómo afrontar sus impactos
modeladores y qué posibilidades nos asisten en una apuesta sobre colaboración
horizontal en América Latina.
Por último, un quinto nudo problemático es múltiple y requiere nuestra atención
simultánea a: a) el rendimiento y calidad de los sistemas escolares que son formadores
de nuestros aspirantes; b) los sistemas de expertos que condicionan el espectro de las
profesiones y los oficios, su constante evolución y la de su mercado de empleo; y, c) la
diversificación de misiones que caracteriza sobre todo a las universidades más clásicas,
que son tan proactivas para ampliarse como reticentes a encasillarse en un rol
determinado.
2. Clasificar la diferenciación funcional, la coherencia institucional y el peso de los rankings en la educación superior latinoamericana
En el comparado internacional y en muchas realidades nacionales el tratamiento de
la cuestión del grado de uniformidad o diversidad que se reconoce o recomienda para
los establecimientos que toman a su cargo la impartición de la educación superior es
materia de controversias. Es constante la esperanza de que una mejor clasificación a
priori, por vía legal o convencional de tipos y categorías de instituciones clarifique las
relaciones entre oportunidades y aspiraciones sociales o entre personal formado y
puestos disponibles en la sociedad.
En ese sentido, dejó huella un análisis realizado en 1997 para el Banco
Interamericano de Desarrollo por el economista brasileño Claudio de Moura Castro y el
politólogo estadounidense Daniel C. Levy encaminada a distinguir y especificar qué
funciones cumple la enseñanza ofrecida desde la educación superior en la generalidad
de los países. Al adoptar como punto de vista al sistema nacional, la perspectiva se
enriquece con respecto a las observaciones más habituales acerca de qué tipología de
instituciones concretas encarnan las tareas. El plexo resultante es ilustrativo y
esclarecedor para analizar falencias y requerimientos de reforma política o jurídica en
cada país.
Las cuatro funciones de los sistemas nacionales son: primera: la de Liderazgo
académico; segunda: la de Formación para las profesiones; tercera: la de Formación
técnica y perfeccionamiento; y, la cuarta función a distinguir es la de Educación
superior general (De Moura Castro, C. et al., 1997). El esquema es útil, más allá de que
su completitud o universalidad puedan perfeccionarse. Lo cierto es que un sistema
nacional completo y eficiente opera en los cuatro registros para plasmar proyectos
personales y necesidades estructurales de cualquier estado nacional en condiciones de
modernidad.
Repasemos los cuatro destinos de los egresados en las actuales carreras. Es seguro
que un contingente de personas formadas se dedica a la docencia y la investigación
científica, dando continuidad al propio mecanismo educativo. Tampoco hay dudas de
que la experticia en servicios claves para la sociedad como la salud, la justicia, las
construcciones, la administración, la producción es desempeñada por cuadros instruidos
y, al menos en teoría, también entrenados en las universidades.
Por su parte, los mandos medios de las grandes organizaciones industriales y de
servicios, así como de la burocracia pública requieren también para insertarse en sus
empleos títulos que acrediten una trayectoria de aprendizajes técnicos asegurados y que,
a su vez, les permitan un desempeño independiente. Por último, aunque en algunos
países sus modelos de organización la resaltan más que en otros, los estudios destinados
a adquirir cultura general son un objetivo que muchos estudiantes pueden satisfacer en
la educación superior.
Otra valedera clasificación, complementaria a la del BID, fue elaborada por un
grupo de expertos liderados por Philip Altbach por encargo de la Conferencia de
Rectores de Alemania en 2018. Se enfoca en las instituciones de la educación superior y
su agrupamiento legal según rasgos comunes, de manera que cada uno de estos
segmentos cubrieran el territorio asumiendo tareas diversas y complementarias. Lo
denominaron “Sistema coherente” entre sectores y jerarquías de instituciones.
La primera diferenciación propuesta es clásica y admite un sector público, con
instituciones que sean propiedad del Estado y otro sector privado integrado a partir de
inversiones no fiscales. Una segunda diferenciación radica entre las instituciones
privadas, las cuales podrían constituirse como fundaciones o asociaciones civiles sin
fines de lucro pero que por otra parte podrían organizarse como sociedades comerciales,
con fines de lucro.
El tercer criterio con que podrían nuclearse las universidades es a partir de la
complejidad de sus tareas académicas, por lo tanto habría universidades de
investigación, en las cuales la creación científica sería determinante; universidades con
investigación, en las cuales habría un equilibrio entre la enseñanza y la investigación; y,
por último, se admite la existencia de universidades sin investigación, sólo dedicadas a
la enseñanza. Un cuarto clivaje pone de un lado a las universidades y del otro a un
sector de instituciones orientadas a la educación vocacional, es decir a la formación
técnica o tecnológica orientada al mundo del trabajo (Altbach, Ph., 2018).
La ínsita recomendación contenida en el “sistema coherente” de Altbach es que los
países definan en su política pública y su ordenamiento jurídico una pluralidad de tipos
institucionales especializados en desempeñar actividades académicas diferentes y
complementarias, definidas desde el punto de vista estratégico del interés nacional.
La preferencia por la multiplicidad de sectores en el parque nacional de instituciones
no es unánime. La taxonomía aquí presentada, sin decirlo, discute con la consagración
de las universidades como tipo organizativo único. Esta salida institucional tiene el
potente antecedente del Reino Unido que, a partir de comienzos de los años noventa
convirtió en nuevas universidades a sus tradicionales establecimientos politécnicos que
formaban una red en todo el territorio (Kogan, M. et al., 126-141).
Pero, el repertorio de disyuntivas para el ordenamiento de los sistemas nacionales
quedaría incompleto si no se tuviera en cuenta la gravitación creciente de los rankings
de universidades y sus aserciones de niveles de calidad sobre la conciencia y el
comportamiento de todos los agentes participantes en su configuración y los potenciales
usuarios de sus prestaciones.
Encuentro acertado el estado de la cuestión elaborado por Mario Albornoz y Laura
Osorio cuando examinan a los rankings como pretensos dictámenes de calidad y cuando
aclaran que el impacto de estos dispositivos globales es diferenciado como modelo
normativo sobre determinados contextos regionales y nacionales.
Visitar ese informe, publicado como cabeza de otros artículos también valiosos en el
número 37 de la revista de la OEI sobre Ciencia, tecnología y sociedad, permite acceder
a una descripción de esas tablas y al hacerlo llama la atención sobre tres tendencias
impetuosas que se registran en los últimos años sobre la gestión de las universidades y
sus sistemas nacionales.
Estos tres contornos globales ineludibles son: a) la internacionalización, que por
diversas vías permea con fuerza a través de las fronteras nacionales para afectar en
medida variable a todas las instituciones; b) la mercantilización, con la creciente
importancia de los incentivos económicos y la competencia por recursos sobre la suerte
de las organizaciones académicas; y, por último, c) la dependencia que las universidades
experimentan en relación a actores colectivos externos a sus muros, grupos de interés a
los que se conoce con el término inglés stakeholders (Albornoz, M. et al., 2018).
3. La discusión entre Liz Reisberg y Daniel C. Levy sobre el estado de la educación superior latinoamericana en relación a otras regiones del mundo
Liz Reisberg es una reconocida académica en educación superior muy vinculada con
América Latina. Actuó muchos años en Boston College y es ahora consultora
independiente. Mencioné antes a Daniel C. Levy, quien es profesor en política
educacional, especializado en universidades privadas, en la sede Albany de la
Universidad de Nueva York (SUNY). Ambos profesores intercambiaron puntos de vista
de manera pública sobre la educación superior latinoamericana en lo que denomino un
nudo dilemático, el primero de los dos que quiero exponer en esta tercera vuelta.
Comienzo por hacer una síntesis de la posición de Reisberg. Ella dice que “se necesita una
transformación dramática” en nuestra región. Empieza por reconocer que gracias a la
introducción de la evaluación de calidad y la rendición de cuenta se han podido erradicar las
instituciones “de garaje” en muchos países en que habían proliferado. No obstante, esa mejora
se neutraliza por el hecho de que el modelo universitario predominante es el tradicional, con
universidades jóvenes que imitan y emulan a las antiguas y renuncian a innovar. Critica el hecho
de que en América Latina no se investiga lo suficiente acerca de cómo aprenden los jóvenes de
la nueva generación y, por lo tanto, no se reconoce la necesidad de cambiar los estilos de
enseñar.
Lo anterior, afirma Reisberg, indica que nuestra región se encuentra aislada con
respecto a las mejores prácticas internacionales en materia de técnicas de enseñanza;
que la comunicación y el intercambio entre las universidades y el mercado son
insuficientes así como es escasa la práctica pre-profesional de los estudiantes. Su
observación es que nuestras universidades exigen a los estudiantes carentes de una
adecuada orientación vocacional que realicen una prematura elección de carreras, con
contenidos rígidos y sobrecargados. Su preferencia es en ese sentido por una formación
amplia, con solo contenidos esenciales, interdisciplinaria y basada en habilidades que,
según su punto de vista, no ha llegado aún a América Latina.
La crítica continúa sosteniendo que el profesorado a tiempo parcial se vuelve una
limitante severa para realizar revisiones curriculares profundas y bloquea una reflexión
colectiva para impulsar reformas oportunas. En relación al gobierno universitario, su
mirada sobre los órganos colegiados resolutivos que nos caracterizan es que no son
estables y que su representación no estimula decisiones audaces con efecto sobre el
largo plazo. Acerca del rol de los empleadores de los profesionales, piensa Reisberg que
ellos tampoco favorecen a que las instituciones varíen sobre perfiles de graduación
tradicionales (Reisberg, L., 2019).
Frente a ese panorama desalentador toma la palabra Daniel C. Levy, para quien
la educación superior latinoamericana presenta problema serios pero ha hecho también
en las últimas décadas progresos considerables, lo cual pinta un cuadro con luces y
sombras.
Tanto así es que, según su criterio, Latinoamérica no está peor que otras regiones del
mundo, quizás con excepción del Asia Pacífico. Él afirma que entre 1950 y 1970 se
crearon nuevas realidades universitarias que mantienen su aporte positivo hasta la época
actual. En su concepto, los problemas no se agravan y aunque debe decirse que los
sistemas nacionales como totalidades están bastante mal, también es cierto que muchas
de sus parte componentes mejoran.
Sostiene Levy que el factor que no permite que el sistema pueda reformarse
como un todo es la autonomía institucional, que juzga exagerada. En comparación con
Europa observa que en América Latina el sector privado es gravitante aunque
heterogéneo y, por lo tanto, no es mejor que el sector público. La ventaja de las
universidades privadas en esta región es que son más gobernables que las públicas
porque el cuerpo académico tiene poca gravitación en las decisiones y menos peso aún
en aquellas que persiguen fines de lucro. Como coautor del modelo de diferenciación
funcional arriba presentado, su argumento es que una política de transformación de los
sistemas debiera partir de una definición sobre la adecuada cobertura de los cuatro
grandes roles de la enseñanza: académico, profesional, vocacional y general.
En ese orden de ideas enfatiza que el profesorado a tiempo parcial es un rasgo
ambivalente: constituye, sí, un problema para las funciones de liderazgo académico y
formación general pero, en cambio, es un factor positivo para las funciones de
educación profesional y técnica. Con respecto a los enfoques interdisciplinarios de los
currículos recomendados por Reisberg, considera que deben estimularse en tres de las
funciones pero advierte que en la formación académica hay deficiencias justamente en
el desarrollo disciplinario que no puede descuidarse. Más aún, su opinión es que en las
carreras profesionales y en los centros de investigación de la región se practica la
interdisciplina, en una medida mayor a lo que inicialmente se cree.
Me animo a resumir a continuación los puntos principales de este debate: Reisberg
desespera por un cambio total basado en una actualización curricular y pedagógica de la
enseñanza que se adapten ambas a las prácticas culturales de los jóvenes y a las
necesidades del mercado de trabajo; por su parte, Levy sostiene un diagnóstico
matizado, alienta una reforma global basada en que se haga conciencia sobre las cuatro
funciones que los sistemas nacionales cumplen y con propuestas apropiadas para cada
una de ellas y, por fin, rescata que las disciplinas son indispensables para la formación
académica.
Ambos discrepan en la valoración de la docencia de tiempo parcial que, para
Reisberg es un inconveniente mayúsculo y para Levy es un factor favorable en las
formaciones profesional y técnica. Los dos coinciden en criticar el cogobierno colegiado
de las universidades públicas pero mientras Levy afirma que el obstáculo está en la
autonomía en sí misma, para Reisberg la limitación radica en la baja profesionalidad de
los cuerpos directivos.
Frente a la necesidad reconocida en común de introducir cambios en los sistemas
nacionales, el dilema que se prefigura es complejo y recae sobre la estrategia adecuada
en varios planos: cuáles serían sus puntos de apoyo en lo conceptual y en lo operativo,
cuáles podrían ser las coaliciones de actores colectivos que la impulsen; y, ante todo,
cuáles debieran ser su alcance y contenido.
4. La discusión entre Philip Altbach y Alma Maldonado sobre la producción científica en las universidades latinoamericanas
En este apartado quiero exponer el cruce de opiniones que estableció Alma
Maldonado, investigadora del CINVESTAV mexicano, en compañía con Jenny J. Lee al
emitir un pronunciamiento que confrontó con la posición pública del reconocido
comparatista del Boston College Philip Altbach, maestro de Maldonado. Este afamado
profesor, junto a Hans de Wit, opinó sobre cómo reorganizar el sistema de publicaciones
científicas a escala mundial, lo cual traería aparejada una división de tareas entre los
sistemas de educación superior de las diversas regiones, nuestra América Latina en
particular. Eso suscitó la respuesta de su colega mexicana y establece una controversia
que forma lo que llamo nuestro segundo nudo dilemático.
La prédica de Altbach se basa en su observación de que hay demasiada publicación
de investigaciones académicas. Ese exceso proviene de una presión estructural sobre el
profesorado para publicar en revistas top y para que todos los cuerpos académicos
emulen a las universidades de investigación. El síntoma de esta desviación organizativa
es que las tesis doctorales están siendo reemplazadas por artículos en revistas y que los
árbitros de los comités editoriales sustituyen a los jurados académicos. La postura de
Altbach recomienda, en cambio, que el grueso de las universidades constituya planteles
docentes dedicados de manera principal a la docencia y a la extensión.
Su reclamo hacia el mundo editorial es que se debe reducir el número de
publicaciones ficticias o de bajo nivel académico así como también las llamadas revistas
predatorias y encarar un ajuste por calidad. Afirma que, con menor volumen de
artículos, habrá más oportunidades para que resalten y se hagan visibles las ideas
divergentes, las científicas mujeres y los países emergentes. Más aún, Altbach afirma
que el modelo humboldtiano de universidad, basado en la prioridad para la
investigación, no es indispensable para aquellas universidades volcadas a la enseñanza y
a las ciencias aplicadas.
La preocupación aquí es que la academia pueda retomar en propias manos los
dictámenes de calidad sobre las publicaciones y ponerse a salvo de rankings, editores,
índices de citas y elites centrales. Denuncia las corruptelas reinantes en esos círculos y
la necesidad de combatirlas así como de erradicar el monopolio de las editoriales y de
sus intereses puramente comerciales. Para lograrlo, las universidades y los sistemas
nacionales debieran asumir la categoría a la que desean pertenecer, diferenciarse en el
cumplimiento de las diversas funciones y apuntar a financiar con fuentes y recursos
específicos cada una de sus misiones. En ese marco, estos autores sostienen que las
universidades de enseñanza deben ser jerarquizadas, tiene que aliviárseles la presión por
publicaciones de papers y no exigírseles que compitan por fondos de investigación y
doctorado (Altbach, Ph., 2019).
El ángulo desde el que opinan Maldonado y Lee es diametralmente opuesto y se
resume en la consigna de que haya producción de conocimiento para todos y todas. Su
diagnóstico coincide en que la crisis en las publicaciones proviene de la presión a
publicar pero entienden que dicha presión, la que hoy existe en la realidad, encierra un
sesgo prooccidental y marca la dominación de las revistas de punta. El razonamiento
sigue al señalar que los rankings potencian los intereses de las grandes universidades y
eso genera atracción en la generalidad de los académicos por publicar en las revistas
top, que no por casualidad exigen el inglés.
Al prevalecer la pauta valorativa del “alto impacto”, la elite de jugadores de cada
disciplina saca una ventaja injustificada sobre una mayoría marginada de
investigadores, que, según Maldonado y Lee, quedan ocultos y fuera de foco. Por lo
tanto, el sistema de evaluación tiene que reorientarse en pro de la producción local que
estudie los contextos situados para proyectarlos hasta alcanzar a la audiencia global. La
idea de que la reducción de publicaciones permitiría resolver las plagas intelectuales,
como la depredación, la saturación o el plagio les parece desacertada e inconducente.
Por el contrario, sostienen que sólo mediante el crecimiento del número de
publicaciones podrán mitigarse las desigualdades entre regiones, lenguas y países.
En ese orden de cosas, los cuerpos académicos deberían realizar además de
enseñanza, investigación porque ambas son tareas comunes en todas las instituciones
universitarias. En el sistema de educación superior todos los estudiantes, cualquiera
fuere el perfil de graduación al que aspiren, no solo si quieren dedicarse a la academia,
deben adquirir y entrenarse en el método científico. Por lo tanto, la producción de
conocimientos deberá estar en el corazón de las universidades de todo tipo. Sí ese no
fuere el objetivo a perseguir y si la investigación se concentrara en una elite de
instituciones, eso traería como consecuencia la conservación del statu quo y daría
justificación a la profundización de la indeseable hegemonía cultural (Maldonado, A. et
al., 2019)
Como se advierte, las dos posiciones son radicales y confrontan visiones
contrapuestas acerca nada menos que del futuro de la producción de conocimientos
científicos en una era en que el acelerado cambio civilizatorio descansa en esas bases
que son ahora, más que nunca, fuentes de riqueza y poder. De esa manera, las
universidades quedan implicadas en el centro de una contradicción fundamental.
Si optáramos por una mayor selectividad en las publicaciones y corriéramos de
escena sus lógicas mercantiles, dicen Altbach y De Wit, los conocimientos avanzados
serían más genuinos y quedarían visibles para un empleo universal y transparente. Nos
aconsejan que no distraigamos al sistema formador masivo con este plano altamente
especializado de la producción disciplinar y que hagamos que se consagren al mejor
desempeño de sus funciones educativas, en especial en América Latina donde son pocas
las instituciones cercanas a la punta del conocimiento y abrumadores los déficits y
desigualdades sociales.
Maldonado y Lee contestan con igual convicción que concentrar en círculos
reducidos, por más académicos que éstos fueren, las publicaciones científicas no
depurará las impurezas sino más bien hará más pronunciados los sesgos que sacrifican
objetos de estudio, lenguas, culturas y áreas privándolos de protagonismo en la
gestación de los nuevos conocimientos y los dejará subordinados frente a las
innovaciones tecnológicas y sus utilidades económicas y políticas.
Sugieren Maldonado y Lee que el enorme despliegue de instituciones
latinoamericanas y su masividad debieran ser una plataforma para descubrir e inventar
en el presente con cabeza y genio propios las realidades del futuro, a la par de los países
y sectores hasta ahora dominantes para así aspirar a una participación más equitativa en
los beneficios esperables. Aliviarnos del peso de la investigación y dedicarnos solo a la
enseñanza, sería en esta mirada una resignación inaceptable de la misión medular que
nos toca a los latinoamericanos en esta época: producir conocimientos y divulgar el
método científico en todo nivel y a todo trance entre el mayor número posible de
personas, empezando por dar cuenta científica de nuestro entorno y alcanzando por esa
vía la cuota de centralidad mundial que nos merezcamos.
5- Algunas repercusiones de estos nudos dilemáticos sobre coyunturas actuales de política pública
Estos nudos problemáticos están haciendo efecto en las políticas del sector de la
educación superior en toda la región, aunque a veces sus arenas respectivas no abordan
sus aristas de manera explícita, como sería aconsejable, para así aproximarse a través de
la deliberación pública a respuestas racionales de mayor alcance. Cada país tiene su
propia configuración, entendida no ya como una estructura inamovible pero sí como un
conjunto de nexos estables entre los principales actores colectivos: la profesión
académica, las autoridades universitarias y los funcionarios nacionales.
Por lo tanto, no hay en América Latina dos situaciones nacionales iguales y las
políticas públicas a imaginar podrán ser convergentes pero será difícil que sean
homogéneas. Si las mismas medidas se adoptaran en dos o más países sus efectos
podrían dispararse hacia resultantes diferentes e incluso opuestas. Hecha esta salvedad,
haré otra de parecida importancia: la vista diferenciación funcional del BID y el sistema
coherente recomendado a los rectores alemanes, que presenté, son muy útiles para
analizar la información y describir la composición de nuestros sistemas nacionales pero
no ofrecen puntos de partida sólidos para reformas significativas.
Entonces, pensar remodelaciones sustantivas de la educación superior de cualquiera
de nuestros países sobre la base de llevar a la realidad esos esquemas será en vano, por
varias razones. Una de ellas es que ambos paradigmas se concentran en la función
educacional de las instituciones y no contemplan lo suficiente el colosal proceso de
diversificación de misiones y tareas que caracteriza la evolución universitaria en
América Latina en las últimas décadas. Por cierto, desde las transiciones democráticas
sudamericanas de los ochentas y noventas las universidades, en especial las grandes y
medianas universidades públicas, han multiplicado sus roles frente a la sociedad, la
producción, la cultura y el Estado.
La aparición de la transferencia tecnológica como un vector definitorio para la
influencia extraacadémica de las universidades públicas más dinámicas y de sus pares
privadas ya consolidadas es un proceso irreversible. Frente a esta nueva realidad
caracterizada por las universidades entrepreneurials, dotadas de nuevas funciones (no
solo las de vinculación con el tejido productivo), concebir ingenierías políticas que
desde el Estado, aún con apoyo de órganos internacionales de financiamiento, puedan
reconducir a designio las orientaciones institucionales autónomas es una quimera.
Pero, si hay otras universidades más nuevas o más simples o menos interesadas en
diversificarse es también muy dudoso que éstas se plieguen a planes nacionales de
división del trabajo institucional. Así como opera entre las instituciones un mercado de
alumnos o uno de profesores ejerce también una fuerza irresistible el mercado de
prestigio y éste erige un centro de gravedad irresistible. Como síntoma, el suceso de los
rankings muestra esto. Uno de los problemas más graves es que la función educacional
de las grandes universidades puede quedar debilitada y rígida, sobre todo en
condiciones de masividad y gratuidad, frente a los nuevos y progresivos metiers
académicos.
La evaluación y acreditación de las carreras profesionales es la política
compensatoria que persigue instalar una dinámica de innovación y superación de esa
función. Pero, aún si por épocas lo lograra y si se crearan y distribuyeran los incentivos
adecuados, la esperanza de que la enseñanza de grado vuelva a ocupar el protagónico
estelar de la escena universitaria parece lejana. El sector no universitario de la
educación superior, con establecimientos que operan bajo otra categoría formal
–institutos, politécnicos, colegios, centros- pudieran asumir la formación profesional o
la vocacional o la cultural se erige en algunos países como una posible vía para dotar a
la política de mayor gobernabilidad sistémica.
Pero, la evidencia disponible muestra que en la mayor parte de los países las
universidades más complejas son el modelo para todas sus pares, que muchos oficios y
semi profesiones presionan con éxito por alcanzar el grado académico, que muchos
estudiantes prefieren las titulaciones clásicas porque alientan en ellos una expectativa
más amplia de posibles empleos. En suma, la problemática de las universidades
autónomas está atenazada, entre otros factores, por sus potenciales alumnos, por la
reproducción de los sistemas de expertos que dependen de sus titulaciones, por la
insuficiencia o la reticencia del financiamiento estatal y por el crecimiento incontenible
de los conocimientos avanzados que son el sustrato de sus actividades cotidianas.
Un tema más es cómo responderá cada país a las corrientes de democratización
social de los claustros. La masificación es una nota generalizada en América Latina por
lo cual cómo interviene la política pública y cómo coordinan las instituciones la
generación de vacantes es crucial. El reciente caso de creación en México de las cien
nuevas universidades denominadas “Benito Juárez” es particular pero también
representativo de una tendencia más general que admite múltiples variantes. Se observó
en Cuba con la municipalización; en Venezuela con las misiones para llevar ofertas de
formación a ciudades medianas y pequeñas; en Brasil, Paraguay y Perú, entre otros
países con la autorización masiva de universidades privadas locales; en Uruguay con la
regionalización de la UDELAR; o, en la Argentina, con las oleadas sucesivas de
universidades nacionales con alcance municipal o las nuevas universidades provinciales.
Las discusiones entre expertos aquí presentadas conforman un clima intelectual
en medio del cual los actores colectivos de cada configuración universitaria nacional
deben reunir información y reflexionar acerca de qué cursos de acción concertados
corresponde adoptar. Uno de los puntos abiertos es si se confirma, revierte o generaliza
la autorización que algunos países han dado a entidades con fines de lucro para
constituirse en universidades. En consonancia con lo anterior habrá de definirse si la
obligación que la mayoría de las leyes específicas imponen de realizar investigación
científica como rasgo esencial será sostenida o si muchas instituciones podrán decidir
especializarse en la enseñanza de manera exclusiva.
Otro asunto de trascendencia es si las leyes específicas imponen a las
universidades el currículo por competencias para sus carreras de grado, consagrando
como obligatoria una determinada corriente educacional con efectos, por un lado, de
mayor funcionalidad con el mercado y, por el otro lado, de probable descuido hacia las
disciplinas como bloques constituidos del conocimiento científico. Otro asunto
relevante que atañe al orden intestino de la vida académica es si el eje político de sus
decisiones se inclinará por sus facultades de manera confederal o si las conducciones
universitarias asumirán el liderazgo sistémico de su gestión.
Las universidades autónomas, volcadas a las nuevas misiones, enraizadas ahora en
las relaciones con las empresas, con los gobiernos y con la sociedad civil y constituidas
en columnas más o menos centrales de los sistemas nacionales de ciencia y tecnología
son ya instituciones polivalentes de acción cultural cuya autonomía y autarquía las ubica
en un sitial meridiano de las áreas geográficas en las que están enraizadas y sobre las
que garantizan la cobertura de sus servicios.
De allí que la gobernabilidad de las universidades haya desbordado el contorno
que le ofrece el arte de la gerencia o dirección e ingrese con fuerza en el terreno de la
política; por lo tanto habrá de organizar sus gestiones y subgestiones bajo las reglas de
la dirección estratégica pero también será insoslayable que las oriente y perfeccione a
través de la formulación de políticas públicas, las del gobierno nacional que le resulten
convocantes y consienta en realizar como agencia delegada, sumadas a las propias que
elabore y lleve a cabo por su propia misión actualizada y su imaginario colectivo sobre
el futuro.
A MANERA DE CIERRE
Buena parte del recorrido de estas tres vueltas en torno al planeamiento
universitario es de divulgación, en especial las dos últimas en las cuales me propuse
utilizar y comentar publicaciones ya existentes que a mi entender merecen conocerse y
sirven para alimentar la conversación pública. El carácter más bien teórico de la primera
vuelta combina, eso espero, con el enfoque empírico de la segunda vuelta y con el
panorama de valoraciones y propuestas disyuntivas que se exponen en la tercera.
Así se dibuja un laberinto que parece sumirnos en la perplejidad pero que podría
clarificarse si cobráramos altura y pudiéramos apreciarlo desde arriba. Para descifrar el
intríngulis habrá que reconocer que frente a los nudos problemáticos expuestos los
presentes déficits del planeamiento universitario son una seria limitación. La moraleja
es que tanto la deliberación pública e informada como la elaboración de agendas de
prioridades para política pública en cada país y de planes estratégicos y de desarrollo en
las universidades autónomas son precondiciones urgentes.
A la vez, se abren interrogantes acerca de con cuánta predisposición al cambio
se cuenta entre los actores colectivos de las universidades, con cuánta versatilidad
seremos capaces de afrontar sus exigencias, con cuanta capacidad técnica e institucional
se contará para encarar las transformaciones y, por último, con cuánta calidad asegurada
serán ejercidas las funciones universitarias en relación al monto de innovación que se
hace necesario. Las anteriores preguntas se agudizan con las dudas acerca de con cuánta
firmeza se aferra la comunidad académica a sus rutinas inerciales para bloquear las
reformas de mayor alcance, juego que es tan poderoso aquí y ahora como lo fue siempre
y en todo lugar.
Está lejos del ánimo de estas páginas proveer respuestas acabadas a las
preguntas anteriores, sólo me propuse perfilar la magnitud y entidad de las cuestiones
en danza bajo la premisa de que las miradas críticas por más fundamentadas que se
presenten no excluyen la necesidad de un cierto optimismo de la voluntad, que late en
las pulsaciones mismas del tiempo que corre. No en balde se afirma con bastante
fundamento que estamos ingresando en la era exponencial: el riesgo y la incertidumbre
acerca del impacto de una inminente serie de disrupciones tecnológicas pero también
morales y existenciales son máximos. Las agendas de problemas públicos se orientan a
nuevas prioridades políticas que exigen aplicar criterios precautorios y prudenciales, a la
vez que políticas intrépidas y audaces para afrontar las nuevas realidades.
En la enigmática época que se abre, las universidades están implicadas en varios
sentidos: son cajas de resonancia del conocimiento científico y de las polémicas
políticas y éticas sobre sus aplicaciones; son reservas de inteligencia para los gobiernos
en la elaboración de políticas y, en su propio seno, la investigación y la educación se
han multiplicado con otras tecnologías para producir, administrar, distribuir, procesar y
apoyar la aplicación del conocimiento avanzado. La gestión eficiente y socialmente
responsable de estas tareas vitales es inexcusable; también lo es la política
arquitectónica hacia la imperiosa metamorfosis de la vida académica y, por qué no
decirlo, de las enteras sociedades nacionales de la región.
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