DARLE ALIENTO A LA ESPERANZA DEMOCRÁTICA
16 may 2023
En la medida en que transcurren estos meses del 2023, el ritmo del proceso
electoral se va acelerando. La necesidad del cambio político es clamorosa. Sin
embargo, la oposición democrática está con dificultades para visualizar el
cuadro de situación con que se encuentra. Mientras que la coalición de partidos
parece sólida y bien perfilada ante la opinión pública, su configuración
operativa para el enfrentamiento electoral padece dificultades serias.
La propuesta política de la oposición democrática está amenazada por un
progresivo desencuentro con el nivel de conciencia de amplios segmentos del
electorado aún de aquellos distanciados del oficialismo. El peligro consiste en
que los discursos y gestos de los precandidatos y de los partidos coaligados no
despiertan ni estimulan ni alimentan los deseos de cambio y transformación en
la subjetividad de masas que bien fue llamada la esperanza democrática.
Por el contrario, el escenario público está ocupado por una contradicción que a
la vez atrae y confunde. El espejismo de reducir el déficit público amputando
funciones esenciales del estado es proclamado como respuesta a la rampante
corrupción y al clientelismo que el oficialismo se deleita en practicar. Ambos
fenómenos se retroalimentan en una mutualidad tan irrazonable como
perversa. Así se urde el atolladero en que la coalición opositora va siendo
atrapada.
¿Cómo tender el puente entre la alternativa de cambio político y las
preferencias mayoritarias de la ciudadanía? Hay que cultivar y fomentar un
imaginario social o dicho en otros términos formular una visión del país
deseable para los próximos años. Crear y explicar esa imagen objetivo, la que
es factible difundir a través de una estrategia global es una misión
impostergable de los líderes y partidos que integran la coalición opositora. El
eje troncal son las instituciones.
En esa lógica es clave no solo lo instituido, comenzando por la constitución
nacional y su pleno restablecimiento, sino también lo que se requiere instituir
para atender la agenda de fondo, la de los problemas estructurales que están
en parte subestimados y en parte ocultos. Es verdad que las elecciones se
ganan dando respuesta a las preocupaciones inmediatas del electorado. Hoy
en día la inflación y la inseguridad emergen como los problemas dominantes de
la agenda.
Pero, cuidado, los síntomas son los que duelen pero los remedios que sólo
palian el dolor engañan y al final de cuentas agravan al paciente. Es
imprescindible que las plataformas y los candidatos se refieran a esos
problemas acuciantes pero también lo es que sus causas estructurales ocupen
un sitio destacado en el discurso político. Los problemas raigales están poco
explicados y mal entendidos entre sectores del electorado, entre ellos los
jóvenes con trabajo precario.
Una estrategia global para el desarrollo de la Argentina requiere hincar el
diente en esos problemas estructurales y es preciso que se vuelvan
conscientes en la mayoría electoral a constituir en los próximos meses. El trío
de impotencias que nos ataron a esta larga decadencia está formado así: 1°)
no fuimos capaces de acumular capital productivo; 2°) no contamos con un
estado sólido y eficaz; y, 3°) no logramos integrar en el tejido social a la
población sumergida.
El despliegue de esa política que nos jerarquice de nuevo como país entre las
naciones de América del Sur y del mundo requiere instituciones nobles,
comenzando por la Constitución Nacional, cuyo sentido está menoscabado y
desdeñado cada vez que los afanes de perpetuación se colocan por encima de
la ley. Pero, también, hay que convocar a instituir nuevas reglas de orden y
progreso, que favorezcan el federalismo, la prosperidad y la justicia social.
Los portavoces de ese mensaje sugerente y descarnado son los líderes, en
cuyos talento reside la aptitud de comunicar, argumentar y convencer. Pero, el
contenido se elabora en los tanques de pensamiento de cada partido, por
supuesto, y en su estrecho vínculo con los bloques parlamentarios que en
conjunto son el semillero en que se entrenan los cuadros capaces de dirigir los
diversos departamentos del gobierno, cuando llega la responsabilidad del
poder.
La división intelectual del trabajo que distribuye tareas en las numerosas
especializaciones para abarcar la compleja realidad imperante conduce, así, a
una colección de respuestas focalizadas que escuchan y lidian al mismo tiempo
con los intereses de los respectivos sectores de actividad. Es inevitable. Pero,
a no olvidar que la suma de los óptimos sectoriales no equivale a un óptimo
integral. La solución a los problemas estructurales exige una síntesis global.
No hay un ángulo especializado desde el cual proveer esa imagen objetivo. Ni
siguiera los saberes de los macroeconomistas lo ofrecen por sí solos. Por
supuesto que equilibrar los precios relativos, defender el valor de la moneda,
insertar nuestra producción en el mundo, balancear el financiamiento del
estado son todas condiciones vitales para apoyar la estrategia global. Pero los
heterodoxos, más conocedores de la economía real son también
indispensables.
Más allá de la disciplina económica, se requiere entender en profundidad los
secretos de la estratificación social, los dictados de la demografía y de la
espacialidad sobre el desempeño productivo del país y de cada región. No son
menos esenciales los politólogos y los juristas, en fin el intercambio entre los
especialistas con sus aportes en un abordaje estratégico sobre el estado, la
sociedad y la producción en el convulsionado concierto mundial.
En un santiamén acaban de hacerse los comicios provinciales en un tercio de
los distritos, desdoblados del certamen nacional del segundo semestre.
Tenemos que leer sus resultados. Pocas fueron en verdad competitivas, la
mayoría muestra hegemonía electoral. Buena parte de los sistemas políticos
provinciales son independientes de las formaciones nacionales y pactan o
rompen con éstas en el Congreso o en el trato directo con el Poder Ejecutivo.
El país está desarmado en intereses locales, con capacidad de seducir a
sendos electorados. La gran pregunta es si las coaliciones operantes en torno
a la disputa del gobierno central son nacionales genuinas o son locales del
área metropolitana que, por peso poblacional y económico gravitan más sobre
la renovación presidencial. Cabe la duda, ¿habrá allí una representación cabal
del entero país o apenas el disimulo de una fragmentación entre territorios?
No está de moda hablar de conciencia nacional pero se debería. No se trata de
una noción metafísica u ontológica, ni de un destino manifiesto o de una
condena al éxito. Es tan simple como un sentimiento, un espíritu, una identidad
que nos sea común de norte a sur y de este a oeste, que nos ubique por
encima de las legítimas y valiosas idiosincrasias. Requiere que nos aceptemos,
nos visitemos, nos escuchemos y nos apreciemos entre todos, en un plano de
fraternidad.
El diseño de una estrategia global para la Argentina y, sobre todo, su
implementación exigen la conciencia nacional de los grupos y partidos que
ejercen el poder en cada territorio. La sedicente política nacional es la más
obligada a asumir que su condición local en torno al Congreso y la Casa
Rosada no es fuente de más atribuciones sino de más obligaciones. Hay
muchos argumentos y muy actuales para que giremos sobre nuestros talones.
Puede decirse que para un imaginario social y una estrategia global es
primordial tener una perspectiva sobre el mundo y es cierto. Pero en estos
tiempos el mundo se recuesta sobre el Pacífico y ya no tanto sobre el Atlántico.
Si la mirada desde el área metropolitana se dirige al oeste, al sur y al Norte la
lente de relación con el mundo será también el corazón de América del Sur, la
médula agro industrial brasileña, los puertos chilenos que acortan distancia con
Asia.
No implica olvidar las posibilidades comerciales con la Unión Europea, ni los
puntos en común con los Estados Unidos y su potencial tecnológico ni al África.
Al contrario, conciencia nacional supone reconocer el potencial en todas partes
del país e impulsarnos a través de todas las fronteras; poner en pausa la idea
de que la pampa ex húmeda es el corazón productivo y que su población es la
mejor dotada para servir de tractor a los confines lejanos.
Al rumbo de la estrategia global nadie debe ser arrastrado por nadie. La soja, el
gas, el litio son las promesas de solucionar en plazo breve la escasez de
reservas. Sin embargo, el drama histórico de la Argentina no ha sido carecer de
producciones excedentarias, las ha tenido y éstas marcaron, por ejemplo, los
despegues en las primeras décadas del siglo XX y del siglo XXI, con precios y
términos de intercambio favorables.
El drama de nuestro país fue y es no saber aprovechar los ciclos favorables y
precipitarse a vivir de rentas en lugar de emprender el camino esforzado del
desarrollo sostenible. Es conocido en el mundo el síndrome de la “enfermedad
holandesa”, una riqueza exportable que sin embargo provoca estancamiento en
el largo plazo. Una estrategia global puede y debe aprovechar esas coyunturas
pero sin dejar de impulsar vías más permanentes, con agro, industria y empleo.
Hablando de riquezas dormidas hace a la conciencia nacional que el imaginario
social nos muestre abriéndole paso a nuestra nueva generación. En el primer
decil por ingresos de nuestra población está el grueso de los niños y jóvenes.
Aunque el crecimiento demográfico se está reduciendo, sigue habiendo un
beneficio en relación a otros países más avejentados. Esa ventaja la perdemos
porque nuestro estado y nuestra producción no logran cooperar con la
sociedad.
Así como supimos hacerlo en el pasado con las migraciones externas e
internas, los argentinos tenemos que reaprender a educar, emplear y motivar a
nuestros jóvenes más humildes para que protagonicen el desarrollo nacional.
Con las herramientas de política pública desplegadas ese tesoro encerrado en
las chicas y los chicos de los sectores populares debe ponerse en movimiento,
para formar a un tiempo fuerza de trabajo, creatividad, pluralidad cultural y
ciudadanía.
Es nada menos que la concepción social de las democracias modernas:
adoptar desde el gobierno el punto de vista de los grupos menos favorecidos,
como predicó Raúl Alfonsín en el discurso de Parque Norte. Los aliados
republicanos y liberales que acompañan a los demócratas sociales en la
coalición alternativa entenderán sin dificultad que la modernidad requirió desde
fines del siglo XIX una sana proyección de la república instituida hacia el
estado social instituyente.
Ese avance indiscutible puso a cargo del estado algunas funciones que los
individuos por sí mismos no podían satisfacer. La educación y la salud pública,
entre las primeras, seguidas por el saneamiento urbano, la previsión social y la
protección de los trabajadores. El desafío es superar las rutinas y las
ineficiencias, coordinar las esferas municipal, provincial y federal y restaurar
una mística de los bienes públicos, como fuentes de derechos y deberes para
todos.
El individualismo extremo que aspira o bien a suprimir las funciones sociales
del estado o bien a cancelar la actividad industrial en el país representa una
corriente extravagante de anarquismo capitalista. Su inexistencia como
experiencia de gobierno en cualquier país del mundo demuestra en forma
indirecta que su vigencia entre nosotros es más canal de protesta que variante
factible de establecerse en el poder.
Pero, el vacío de sentido sobre el que asienta su mensaje, el juego de
recíproco favorecimiento con el oficialismo corrupto y su colonización del
estado, interpela a la oposición democrática y a sus falencias para exponer una
visión operativa del país a reconstruir. El imaginario social que se reclama en
estas páginas con sus tres pilares en un estado fuerte y eficiente, una
producción dinámica, diversa y extendida y una sociedad solidaria debe
traducirse en conductas y en palabras.
Ese discurso que con matices asuman los lideres hasta definir el candidato,
esa síntesis que legisladores nacionales y expertos sepan elaborar en
convergencia de sus campos de experticia, la visión acerca de una geografía y
una demografía del país a las que no les sobra nada y, al contario, en que
todas sus partes son esenciales para edificar el futuro tiene que sembrar
esperanza democrática allí donde la desazón y el pesimismo empujan a los
ciudadanos hacia el atolladero.
El programa y el discurso para contrarrestar las falsas opciones y enarbolar
una alternativa auténtica requieren, por supuesto, competitividad electoral,
eficacia para convencer y seducir. Los consultores electorales son necesarios
porque manejan esas técnicas y debe convocarse a los mejores. Pero los
líderes y los partidos aliados no deben jamás desligarse de la responsabilidad
de escribir con mente y mano propia las propuestas para gobernar.
El buen consultor ayuda a presentar la propuesta y por lo tanto la pone en
valor, le saca brillo. En cambio, hay que cuidarse de los monos sabios que se
creen gurúes y que alienan a las fuerzas políticas con monsergas sobre que lo
complejo no trae votos o que el largo plazo carece de interés para los
electores. La esperanza democrática ganará elecciones y lo hará mejor aún si
el imaginario social es despertado por una estrategia global para la
transformación.
En condiciones contemporáneas, eso incluye las nuevas igualdades como las
de género, los nuevos riesgos como el climático, los nuevos estilos de vida
como el cuidado y, por supuesto, los cambios tecnológicos cuyo crecimiento
exponencial nos pone cada día ante difíciles encrucijadas morales y políticas.
Para nuestro país, en el extremo del mundo y sumido en un largo
estancamiento, construir el futuro equivale a pasar página e internarnos juntos
en una aventura fascinante.